Machu Picchu




“Invocando a la Pachamama”

Adentrarse al amanecer en Machu Picchu es una de las sensaciones más gratificantes que hemos sentido. Tal vez contamos con un factor añadido como es la predisposición que tenemos desde hace tiempo por visitar este enclave arqueológico. Nada más entrar en el yacimiento te das cuenta que es un emplazamiento con mucha fuerza. El paisaje que rodea a Machu Picchu, junto a las perfectamente conservadas ruinas y al cansancio del ascenso y al madrugón, hacen que te emociones. Y precisamente nada más rebasar la puerta de entrada, Lorea se emocionó y se echó la llorera del siglo junto a otra chica que no conocíamos de nada pero que también sintió la misma emoción. Unidas a moco tendido por el espectacular paisaje y rodeados del silencio del majestuoso lugar, las dos no dejaban de repetir entre sollozos: ¡mira qué bonito!.

Machu Picchu (2.630 metros de altitud) nos ha desbordado. Ha sido una experiencia espectacular. Durante las tres primera horas dentro del recinto no abrimos la boca y nos sentamos para admirar el amanecer totalmente en silencio y ensimismados con lo que veíamos. Impresionante. La magia de Machu Picchu es un cúmulo de sensaciones para todos los sentidos. Y es el entorno el que le agrega la dosis de magia: un promontorio rocoso inaccesible donde se instalaron los incas, bajo la mirada del Wayna Picchu que es el monte que hace famoso a Machu Picchu y que se ve en todas las fotografías, y en el horizonte picos de 6.000 metros nevados. Seguramente no es lo mismo llegar andando de noche y ver el amanecer que plantarse allí, a las 11 de la mañana y en autobús y con todo el recinto lleno de gente. Porque realmente hay mucha gente, pero por algo Machu Picchu es una de las maravillas del mundo y todos tenemos derecho a verlo. Y el sumun llegó cuando contemplando el amanecer y en un silencio total escuchamos desde la punta del Wayna Picchu un irrintzi. Casi nos morimos.

Subimos en el segundo turno al Wayna Picchu y el ascenso es realmente duro, con tramos casi verticales. Pero merece la pena ya que te permite disfrutar de otra perspectiva del enclave arqueológico. Y nos sentimos tan fascinados con este lugar que no salimos del mismo hasta ¡las cuatro de la tarde!, para regresar andado a Aguas Calientes. El esfuerzo, sin duda, merece la pena y con creces. Además nos hemos cargado de la energía positiva que desprende este lugar.


Para subir a Machu Picchu existen varias opciones. Una es realizar el trekking del famoso Camino del Inca que durante cuatro días te adentra por los parajes naturales hasta ascender al enclave. El problema es el precio desorbitado, unos 400 dólares no te los quita nadie y además hay que reservarlo con meses de antelación ya que el cupo está limitado. El precio nos parece una timada teniendo en cuenta lo que ofrece y el dineral que supone en Perú. Por lo tanto nos quedan otras dos opciones: una, subir en tren hasta Aguas Calientes o pegarte una paliza de autobús hasta Santa Teresa y de allí subir andando 10 kilómetros hasta Aguas Calientes. Aunque decantados por esta segunda opción, en un momento de lucidez sacamos cuentas y nos percatamos que lo que nos ahorramos desplazándonos en tren merece la pena por la comodidad que supone, siempre que consigamos los billetes más baratos.


La diferencia no es exagerada ya que la opción del autobús se ha hecho muy popular y ha subido también de precio y además supone más días de desplazamiento. Y conseguidos los billetes de tren más baratos y nos vamos hasta Aguas Calientes, el pueblo que se asienta a los pies de Machu Picchu. Nos entra un poco de bajón ya que está jarreando y nos dicen que lleva tres días lloviendo sin parar. ¡Por una vez que vamos a estar en este lugar y no nos hace mucha ilusión visitarlo lloviendo y con una niebla cerrada!. La noche anterior a la subida invocamos a la Pachamama (la Madre Tierra) y partimos desde Aguas Calientes a las cuatro de la madrugada acompañados con nuestras linternas, bajo una cúpula de estrellas y vislumbrando el perfil de las montañas. La idea es subir andando una hora y media hasta la entrada del recinto con la intención de llegar entre los 400 primeros que nos permitirá apuntarnos en una lista para subir al Wayna Picchu. Por el camino nos encontramos a gente que ha tomado la misma decisión de subir andando. La caminata se nos hace cómoda aunque el desnivel es considerable. Parece que la Pachamama ha escuchado nuestras plegarias y se vislumbra un cielo estrellado que anuncia un espléndido día. Y realmente el tiempo es inmejorable. En toda la visita nos acompaña un sol de justicia. Hay un refrán inca que dice: “Lo que le haces a la Pachamama, te lo haces a ti mismo”, una afirmación que deberíamos tener en cuenta.

Una crítica a los peruanos y que sospechamos que se extenderá a toda Sudamérica: el precio de las entradas a los lugares de interés son diferentes para extranjeros y peruanos. Esta decisión nos parece totalmente injusta y discriminatoria y así lo hemos manifestado en cada una de las entradas que hemos tenido que pagar. A pesar de pedir explicaciones, nadie nos ha dado una razón. La frase utilizada ha sido la siguiente: “si en mi país a un peruano le cobrase el doble por entrar a un museo, ¿sabes cómo nos llamarían?”. Y con cara de pocker nos preguntan: “no, ¿cómo?”. La respuesta: “nos llamarían racistas”. No hay más comentarios y abonamos como extranjeros. Con esta medida nos da la sensación que lo que pagamos es desproporcionado a lo que realmente cuesta.
Próximo destino: Lago Titicaca.
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