Lago Titicaca

Regreso al pasado




Según los incas el lago Titicaca es el origen de todo, el lugar del que emergió el dios Sol para crear al primer inca. El lago navegable más alto del mundo (3.812 metros de altitud sobre el nivel del mar), es una gran masa de agua dulce que se extiende entre Perú y Bolivia y está salpicada por más de 40 islas, algunas de ellas habitadas por comunidades que viven de la pesca, la agricultura y desde no hace mucho tiempo han abierto sus casas al turismo, como una forma de obtener ingresos. Se trata de un turismo muy controlado ya que son las propias comunidades las que planifican la estancia.


Y movidos por la curiosidad de conocer esta realidad, nos fuimos para el Titicaca. El plan era visitar las islas flotantes de totora de los Uros y las islas de Amantaní y Taquile. Cogemos un barco desde el puerto de Puno y llegamos al territorio de los Uros (foto). Son unas islas artificiales elaboradas con juncos de totora, lo que nosotros conocemos como cañas, confeccionadas con técnicas heredadas de sus antepasados los incas. La sensación de pisar la isla es curiosa: es como desplazarse por una superficie de goma espuma. Los Uros dejaron la tierra firme huyendo de los colonizadores y construyeron sus casas también de totora en el mismo lago sobre estas islas artificiales que no tienen más de 50 metros de diámetro. Lo curioso del tema es cómo en pleno siglo XXI siguen viviendo de esta forma que nos resulta tan extraña. Aunque las islas están ancladas al lecho del lago, es difícil acostumbrarse a “flotar” sobre los juncos de totora y estar completamente rodeado de agua en un espacio tan pequeño. Para ellos es algo natural.


De esta isla nos desplazamos a Amantaní, donde vamos a pernoctar. Nada más descender del barco, unas señoras nos reparten a todos los que llegamos en las diferentes casas de los lugareños que están dispuestos a acoger a viajeros. La comunidad ha decidido abrir sus casas a los que quieran visitarles y al parecer se reparten los ingresos. En la isla no hay hoteles ni restaurantes, lo que ofrecen son sus viviendas e invitan a compartir su estilo de vida.


A nosotros nos toca la casa de Ricardina que ha acondicionado una habitación junto a su vivienda para los visitantes. La casa carece de luz y agua y está edificada con adobe, como todas las de la isla. Es curioso que estando rodeados de agua dulce, carezcan de este bien tan preciado porque no pueden correr con los gastos de una bomba. Ricardina, ataviada con el vestido típico que es el que usa a diario, habla justo justo castellano. Vive con sus hijos, nietos y su madre y su padre, estos últimos sólo se comunican en quechua.


Entablamos una conversación con nuestra anfitriona y nos dice que le gusta que les visiten. Pero nos damos cuenta que la percepción del mundo que tienen se limita al perímetro de la isla. Comemos y cenamos en su cocina, a la luz de las velas y junto a una especie de fuego bajo que sirve también para cocinar en unos pucheros que bien pasarían por reliquias de museo. Nos da la sensación que hemos retrocedido no uno, sino varios siglos, pero estamos a gusto. Nos acomodan en una pequeña mesa en la que casi no entramos los dos y en el suelo se sienta el resto de la familia, como algo habitual en ellos. El humo del fuego inunda la oscura habitación. Ni siquiera nos vemos las caras y hablan entre ellos en quechua. Nos observan como a marcianos. Fue algo realmente surrealista pero que está guardado en nuestro disco duro para siempre. Nuestra habitación es básica pero está bien. Cuenta con un orinal debajo de la cama. Importante tenerlo en cuenta.


Por la tarde subimos al templo inca del Pachatata (dios padre) y contemplamos un atardecer inolvidable con el lago Titicaca como protagonista y la cordillera de los Andes nevada al fondo.
Por la noche Ricardina nos viste con los trajes típicos y nos lleva a una “fiestuqui” donde coincidimos todos los visitantes. Nos echamos unos bailes un tanto sosos pero hay que destacar las manos de Ricardina. Es como si tuviesen una doble piel, gruesa y áspera, que le protege del frío. Es obvio que estas personas están hechas de otra pasta debido a las duras condiciones a las que están expuestas. Ricardina tiene 48 años y aparenta 70. Se dice de estos lugareños que cuando pisan tierra firme se les aclara hasta la piel. Sin duda toda una experiencia.


Al día siguiente, después de despedirnos de la familia, nos dirigimos a la isla de Taquile donde son fiestas y está todo el pueblo en la plaza viendo las danzas regionales. Vamos, como Sanmigeles de Iurreta. En esta excursión conocemos a tres chicas muy majas de Valladolid y Palencia, Ruth, Irene y Bego. Ellas sí que habían conocido la cruda realidad de Perú, ya que estuvieron varias semanas en Lima colaborando a través de una ONG, impartiendo clases de apoyo a niños más desfavorecidos de la capital. Aprovechaban los últimos días de su estancia para recorrer los lugares más interesantes de Perú y Bolivia. Nos contaron algunas experiencias que vivieron en Lima de quedarte con la boca abierta. Esa era la cruda realidad.





Próximo destino: Bolivia.


VALORACIÓN DE PERÚ: Perú ofrece una variedad muy amplia de alternativas que hacen que sea un destino muy recomendable. Machu Picchu es la reina y realmente se gana el calificativo. Este país cuenta con numerosos alicientes que bien merecen una visita: enclaves arqueológicos impresionantes, un pasado muy rico y ciudades que lo avalan y maravillas naturales que sorprenden. Además es un destino muy económico, excepto Machu Picchu, que hace gala de encontrarse entre las siete maravillas del mundo que se nota también en el precio. Respecto al transporte por carretera se pueden encontrar compañías de calidad y seguras. Además hay alojamiento para todos los gustos y bolsillos. Nos hubiese gustado hacer una visita al norte del país, pero otra vez será.
1 Response
  1. Lander Says:

    Fascinante! Ya me habían hablado de las islas flotantes de totora, y si que parece curioso.

    Respecto a que os sienten en una mesa y ellos se pongan en el suelo, dependiendo de la familia y la situación (si había niños ayudaba bastante) en Ecuador me sentaba con ellos, les desconcertaba al principio, pero luego lo reconocian como un gesto de acercamiento, de querer ser un igual.


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