Pingyao



Viajando en tren por China


Si no viajas en un tren durante horas y con miles de chinos que abarrotan los vagones, no has estado en China. Viajar en tren es la mejor manera de desplazarse, la más barata y sobre todo la mejor para conocer a los chinos y sus peculiares costumbres. La primera vez que cogemos un tren nos percatamos que la gente corre en el andén y pensamos: “qué tontería, si cada uno tiene su asiento”. ¡Ja!. Enseguida aprendemos a coger la maleta y a correr como el que más, porque generalmente se venden más plazas de las que existen y el más rápido, es el que triunfa. Además los chinos son unos artistas en colarse de la forma más sutil. Algo que también aprendemos rápido.


No podíamos ni imaginarnos que en un vagón entramos tantas personas: decenas en el pasillo, cuatro en un mismo asiento y los menos afortunados incluso en el bater. Y si compras un billete para viajar en una litera... tal vez te encuentras a un chino durmiendo en la que te han adjudicado. En definitiva, cada uno que se las arregle como pueda.


Los chinos fuman en el tren, comen de todo, pelan pipas, juegan a las cartas, duermen .... Y aterrizamos en esta vorágine. Somos los únicos extranjeros del tren y por lo tanto la atracción del vagón. La gente nos mira con curiosidad, nos sacan fotos y cuando tratamos de preguntarles algo en chino.... se parten de la risa y tenemos a todo el vagón alrededor nuestro.


Y cercitificamos una leyenda urbana sobre los chinos: escupen y con ganas. A pesar de que se está tratando de erradicar esta práctica, los chinos siguen con su afición favorita: lanzar escupitajos a diestro y simiestro, pero eso sí, lo anuncian y bien. Y lo peor de todo es que aunque implores a los dioses que no lo hagan, de lo único que tienes que preocuparte es de estar atento para ver dónde ha caído el molusco. Pero anécdotas aparte, los chinos son muy amables, sobre todo la gente joven. Nos hemos encontrado con un país muy simpático y agradable, algo que nos ha sorprendido, ya que teníamos a los chinos por serios. De nuevo los malditos estereotipos.



Después de compartir interminables horas de tren llegamos a Pingyao, un precioso municipio rodeado de una muralla. Es conocido porque en las cercanías se grabó la película “La linterna roja”. Se trata de la ciudad medieval mejor conservada de China y declarada patrimonio de la humanidad en 1997 por la Unesco. Parece que Pingyoa vive ajena al ritmo de crecimiento urbanístico que experimenta China. Conserva intactas sus calles empedradas y sus edificios centenarios lejos de la especulación urbanística. La muralla de terracota del siglo V ha sobrevivido curiosamente hasta hoy.


Sus empedradas calles están decoradas con farolillos rojos que le dan un aspecto colorido y agradable. Los establecimientos de antiguos oficios y todo tipo de tiendas de souvenirs se mezclan en las calles. En Pingyao hay tantos lugares para visitar, como museos, casas tradicionales y templos, que se podría escribir una guía entera sólo sobre ellos. En el siglo XIX nació en esta ciudad el sistema bancario chino y en sus calles se pueden visitar las primeras “sucursales” de aquella época y hacerte una idea de su funcionamiento. Lo curioso es que no vemos ningún banco ni cajero.

Y como nos gusta la marcha, desde Pingyao cogemos otro tren para llegar a Datong, una ciudad moderna y fea pero que acoge cerca un pequeño tesoro: unos budas gigantes tallados en cuevas excavadas en la roca. Nos llevamos una agradable sorpresa porque realmente son espectaculares: las descomunales estatuas se exhiben majestuosas desafiando al paso del tiempo, a los saqueos y a los extremismos políticos. Algunas cuevas mantienen visibles todavía pinturas originales. Realmente merecen una visita.


Próximo destino: Beijing.
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