Luang Prabang


Rodando a 30 kilómetros por hora


Luang Prabang es la primera ciudad de Laos en ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995. En esta preciosa ciudad, a orillas del río Mekong, se encuentran más de 50 templos que están considerados como los más bonitos del sudeste asiático y que son una mezcla de la arquitectura budista y el colonialismo francés. Este legado también se percibe en sus preciosos edificios, la mayoría de los cuales se han convertido en acogedores hotelitos y casas de huéspedes.


En Luang Prabang conviven distintas etnias como los Lao Loum, Kamu y Hmong, las cuales son frecuente ver junto a los monjes en sus calles. Una de las principales ceremonias de la ciudad es el "Binthabat". Por la mañana los monjes recorren las calles con cuencos, en silencio. Para ganar méritos, los pobladores de la ciudad depositan arroz glutinoso o algún otro alimento como fruta. Luang Prabang también cuenta con un maravilloso mercado nocturno con todo tipo de artesanías de gran calidad y donde las ventas favorecen directamente a sus productores. En definitiva, es una ciudad muy agradable que atrae a numerosos viajeros que recalan atraídos por su ambiente sosegado y bonitas calles.


De Luang Prabang nos dirigimos a Luang Nam Tha, una reserva natural en la que conviven diferentes etnias. Por el interminable camino sin asfaltar nos encontramos con una de las imágenes más duras de Laos. Por algo es uno de los países más pobres del mundo. Hombres y mujeres se afanan en asfaltar la carretera en unas condiciones más propias de siglos pasados: pican la piedra con porras, las trasladan con palancas y a mano, trabajan en chancletas o descalzos. Familias enteras con varios niños conviven en una chabola que han improvisado en el mismísimo arcén, protegida por un toldo de plástico y soportando el polvo de las obras. Mientras los padres trabajan a destajo, los niños trastean alrededor.


En Luang Nam Tha alquilamos una moto, nos ponemos el casco y a hacer millas. Recorremos las aldeas de Laos. Casas de madera y tejados de paja donde conviven las familias junto a los animales. Los niños salen de todas las esquinas y nos saludan con el “sabaidii” (hola) típico, nos miran con curiosidad y nos muestran sus trofeos de caza como ratas gigantes. Familias completas que recolectan arroz en los verdes campos. Disfrutamos de este paseo en moto a 30 kilómetros por hora, una manera inmejorable de dejarse llevar por esta zona. Por el camino, grupos de hiperactivas mujeres, ataviadas con las ropas típicas de su etnia y con los dientes coloreados de negro debido a la droga que mastican, nos abordan para intentar vendernos las artesanías que elaboran. No nos podemos comunicar, pero nos reímos un rato con ellas porque son muy saladas.


Próximo destino: La llanura de las Jarras.
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