Desplazarse por las carreteras de Nepal en unos de esos autobuses atestados de gente y en los que constantemente entran y salen personas cargadas con todo tipo de sacos, maletas, bolsas, motos, animales, es una experiencia casi religiosa. Sí si, motos y animales, porque en este país se transporta de todo. Y es mejor no mirar a la carretera porque los nepalíes conducen de pena. Por lo tanto, o te pasas las doce horas de viaje implorando al más allá o desconectas y te diviertes con los que
entran y salen.
Nepal nos ha sorprendido por su legado arquitectónico. Nos encantan las plazas con templos de ladrillo rojo de varias alturas y con unas tallas de madera increíbles. Lo que también nos gusta de Nepal es su tolerancia hacia las religiones, y es que en este país conviven la hindú y budista tan tranquilamente, compartiendo incluso templos.
Katmandú es una sobredosis de callejuelas, gente, puestos callejeros y más gente. En la capital nos encontramos con una joya, la Plaza Durbar, que acoge exquisitos templos medievales. Es el legado más espectacular de arquitectura tradicional. De nuevo los templos están decorados con escenas eróticas. Estos nepalíes.... Y en la plaza ta
mbién nos encontramos con una curiosidad. Y prestar atención que más de uno va a alucinar con esto. En una esquina de la plaza hay un palacio con unas ventanas de madera talladas, el Kumari Bahal, que es la casa de la diosa viviente, el hogar de la Kumari Devi. En realidad es una niña de cinco años que ha sido elegida de una forma un tanto peculiar para ser la diosa viviente. Debe reunir 32 requisitos físicos un tanto especiales y el horóscopo también debe ser el apropiado. Las candidatas se reúnen en una habitación oscura, adornada con cientos de cabezas de búfalo, se hacen ruidos aterradores, mientras danzan unos hombres con horribles máscaras. La que no se asust
e, guarde la calma y la compostura es la elegida. Después es trasladada junto a su familia al palacio donde residirá hasta ser sustituida por otra Kumari y recibirá una suculenta dote. Durante siglos ha bendecido al rey de Nepal, pero actualmente hace lo propio con el presidente. Nos dicen que Kumari va a salir a la ventana de su casa y por curiosidad nos quedamos a verle. Y aparece. Y se deja ver apenas 30 segundos. Es una niña de cinco años que nos mira muy seria, está vestida con un traje tradicional y los ojos pintados de negro. Y se acabó. Supuestamente no se le puede sacar fotos pero a la salida puedes comprarte una postalica de la niña. Y a la salida unos periodistas de la televisión francesa entrevistan a Lorea preguntándole por la Kumari. Esto se pone interesante. ¿Qué les cuento yo a los franceses sobre una niña con los ojos pintados de negro que supuestamente es una diosa viviente, que de vez en cuando se pasea por Katmandú en un carro gigante y que tiene guardianes en su casa?. Uff, qué duro es esto de ser periodista.
Repuestos del susto de la Kumari, visitamos el templo budista de Swayambhunath, elevado sobre la ciudad y coronado por una stupa blanca con los ojos de Buda. Por el templo se pasean infinidad de monos que han aprendido a bajar la valla como verdaderos equilibristas. Es un lugar muy tranquilo que ofrece unas buenas vistas de la capital.
Desde Katmandú se pueden visitar en un día pueblos como Bhaktapur, la ciudad medieval mejor conservada de Nepal. La arquitectura religiosa y civil que nos encontramos es impresionante. Casas y templos de ladrillo rojo, con ventanas de madera increíblemente talladas, cisternas y pozos
para el acopio de agua conforman un impresionante legado cultural. Otro sitio para disfrutar de sus calles es Patan que posiblemente exhiba la mejor colección de templos y palacios.
El principal templo hindú de Nepal, Pashupatinah, se alza a orillas del río Bagmati. Nos acercamos y ¡horror!. Si el Ganges está contaminado, el Bagmati es todavía peor. La basura se acumula en el cauce que a punto de empezar la estación de lluvias, todavía va con poca agua. Es una pena porque el sitio nos encanta. Al igual que Varanasi en India, en Pashupatinah hay ghats funerarios donde se quema a los muertos. Y de nuevo presenciamos un ritual muy parecido al de Varanasi, pero el sitio, a no ser por el contaminado río, nos parece más íntimo para una cremación. Tras el ritual se da fuego al cuerpo envuelto en una mortaja y colocado estratégicamente sobre una pira de maderos. Menos mal que el sati o “costumbre”, llamémosle así, por la cual la viuda se lanzaba a la pira de su m
arido muerto se prohibió hace tiempo, porque sino nos da un mal.
En este templo hindú viven los yoghis, la peña que se encuentra en meditación total, ataviados con un simple taparrabos y con los cuerpos pintados. Dicen los expertos que debido al nivel de meditación que alcanzan, su cerebro produce una sustancia capaz de rejuvenecer las células. Habrá que probarlo.
Aunque afortunadamente no vemos a ninguna persona bañándose en el río, ¡menos mal!, son los monos los que no pierden el tiempo. Se lo pasan en grande en el agua, haciendo carreras, jugando, haciendo aguadillas, pegándose, mientras arden los cuerpos de los difuntos.
Katmandú nos encanta. Es una ciudad viva, vibrante, con un legado arquitectónico y cultural impresionante. Sin duda nos hemos enamorado de Nepal, ha sido un flechazo en toda regla. Volveremos, seguro.
Próximo destino: Euskal Herria.