Hué y Hoi An


Las “pretty woman” en acción



Dejamos Hanoi y cuanto más al sur nos desplazamos, más calor empieza a hacer. Un tren nocturno, donde algunos dormimos a pierna suelta y otras cuentan los traqueteos del tren durante toda la noche, nos lleva hasta nuestro próximo destino. Hué es una ciudad fortificada con templos, tumbas, palacios y pagodas que está situada a orillas del río del Perfume. Visitamos el recinto imperial, una ciudadela dentro de otra ciudadela que está rodeada de muros de hasta seis metros de altura y que albergaba la residencia del emperador y los principales edificios oficiales. Pero las sucesivas guerras lo han destruido todo y aunque el recinto se está reconstruyendo, todavía hay mucho trabajo por hacer. Es una pena ya que buena parte de la zona está cubierta por maleza.


Como somos un grupo de ocho personas esto tiene su ventaja y nos permite alquilar un taxi para nosotros solos y a nuestra entera disposición por una tarde. Nos vamos a visitar las tumbas reales que están a varios kilómetros de Hué y que son el legado de la opulencia en la que vivieron los emperadores. En el edificio principal de la tumba de Minh Mang nos topamos con la grabación de uno de los culebrones que están tan de moda por aquí. Los actores están vestidos con ropas típicas y las escenas son muy exageradas.



El ciclón zornotzarra venía con ganas de arrasar con todo a su paso y empieza a calentar motores en Hué, haciéndose algunos vestidos a medida. Algunas incluso se atreven a pasar por una peluquería vietnamita, aunque el resultado nos deja indiferentes a todos: salen igual que entraron. Pero el momento y lo que nos reímos quedarán inmortalizados para la historia.


Nuestro próximo destino es Hoi An y aquí empieza la fiesta. El tsunami empieza a sacar cabeza y no queda una tienda sin visitar. En Hoi An habrá al menos medio millar de sastrerías donde eliges la tela y el modelo que quieres, te confeccionan un vestido o traje a medida en menos de 24 horas y encima a muy buenos precios. Callejean, se prueban vestidos, eligen telas, regatean, se enfadan, se vuelven a emocionar ... En definitiva, las “pretty woman” zornotzarras arrasan con todo.


Pero no sólo de vestidos viven las mujeres y alquilamos una furgoneta para los ocho y nos vamos a visitar las ruinas de My Son, vestigio del reino Champa que se encuentran en medio de la selva. Madrugamos y a las cinco de la mañana salimos hacia My Son. Tenemos el privilegio de ser los primeros en entrar en la ruinas y escuchar los ruidos de la selva. Durante la Guerra de Vietnam esta zona quedó devastada y como el Vietcong utilizó My Son como base, los norteamericanos lo bombardearon. Aunque se está intentado restaurar el conjunto arqueológico, las estructuras dejan mucho que desear y no están a la altura ni de lejos de Angkor en Camboya.



Volvemos a alquilar una furgoneta y esta vez aprovechamos para visitar las Montañas de Mármol. En el ascenso nos encontramos con pagodas, santuarios budistas y cuevas naturales. Una eléctrica y ágil señora nos enseña algunos de los recovecos más escondidos.


Pero no todo es turismo y aprovechamos una mañana para ir a la playa de Hoi An, Alquilamos unas bicicletas y las ocho nos vamos a pasar unas merecidas horas de tranquilidad. Por la noche un buen masaje vietnamita nos deja como nuevos y recuperamos fuerzas para ir a recoger los vestidos encargados el día anterior


Próximo destino: Ho Chi Minh

Hanoi


Llega el ciclón zornotzarra



Llegamos a la capital de Vietnam para esperar al ciclón zornotzarra que recalará en Hanoi para hacernos una visita. Petri, Olaita, Aintzane, Bego, Oihane y Laura, la hermana de Lorea, se unirán a nuestra aventura por unos días. ¡Qué ilusión nos hace verles después de tanto tiempo!. A pesar de la paliza del viaje, el tsunami llega con ganas de arrasar con todo.


Con ellas recorremos las caóticas calles de Hanoi. Miles y miles de motocicletas circulan mientras que los peatones tratan de cruzar las calles entre la marabunta de dos ruedas. No deja de ser una osadía y todo un arte aventurarse en el asfalto. Al principio resulta agobiante intentar cruzar las calles entre tanta moto, pero al final le vas pillando. Y ahí va el ciclón zornotzarra. El truco está en ir pasando despacio, de forma acompasada y sin hacer movimientos bruscos.


Durante la Guerra de Vietnam Hanoi quedó completamente destruida por los bombardeos de los norteamericanos. Hoy en día es un laberinto de calles ruidosas, inundadas de motos y personas donde destaca el Barrio Antiguo, una maraña de callejuelas rebosantes de vida y actividad. Las aceras no existen para el peatón ya que se improvisan como aparcamientos para motos e incluso como restaurantes, donde los vietnamitas degustan los platos que preparan los dueños de las lonjas que habilitan las aceras como comedor. También uno se puede cortar el pelo en la acera y cuando empieza a oscurecer la gente se pasea en pijama. Todo un espectáculo.


Por la noche aprovechamos para ir a ver una representación de marionetas de agua, un arte ancestral que se remonta a siglos atrás. El espectáculo consiste en un representación que se hace en un tanque de agua decorado para la ocasión, donde los titiriteros mueven las marionetas sobre el agua.


Y llega el plato fuerte. Contratamos una excursión en barco a Bahía de Halong para dos días, sin duda la mejor manera de visitar esta maravilla. Y ante la cantidad de agencias, empresas y hoteles que ofrecen esta excursión, contratar una se convierte en una locura ya que todas ofrecen lo mismo pero realmente no sabes si es lo mismo. Un dilema. Pero regateamos un precio para los ocho que consideramos adecuado.


Pero todas las dudas se disipan cuando llegamos a la bahía. Centenares de turistas nos agolpamos en el puerto a la espera de ser embarcados en nuestro barquito de madera, donde dormiremos esa noche. Hay decenas y decenas de barcos que salpican todo el puerto. Todos coincidimos que nos encanta el barco que nos ha tocado en suerte y nos vamos a surcar los mares.

La Bahía de Halong es misteriosa, enigmática, majestuosa, impresionante, elegante. En definitiva, nos fascina. Una bruma le confiere además al paisaje que nos deja con la boca abierta, un aspecto todavía más misterioso.

Halong significa “donde el dragón baja al mar”, y cuenta la leyenda que las más de 3.000 islas que surgen de las aguas verdes color esmeralda, fueron creadas por un gran dragón que vivía en las montañas. Al dirigirse a la costa, su cola oscilante cavó valles y quebradas y cuando se sumergió en el mar, toda la zona quedó inundada dejando sólo visibles las cumbres de las montañas.


Navegamos tranquilamente entre las islas y recalamos en una cueva que se descubrió no hace muchos años. Aprovechamos también para hacer kayaking y bañarnos. Remamos entre unas aldeas flotantes donde sus habitantes hacen su vida. Nos fijamos que muchas de estas casas flotantes tienen televisión. Y los niños que salen a saludarnos aprenden antes a remar que a andar. Halong nos fascina.


Próximo destino: Hué.

La LLanura de las Jarras

El misterio de las jarras


Nos hubiese gustado navegar por el río Mekong desde Houai Xai en la frontera con Tailandia hasta Luang Prabang, pero nos informamos que el nivel del agua todavía está muy bajo y los barcos no zarpan. Por lo que cambiamos de planes.


Por lo tanto, nuestro próximo destino es Phonsavan donde hacemos una parada para visitar la enigmática Llanura de las Jarras. Miles de jarras de piedra de gran tamaño que fueron construidas hace al menos dos mil años se encuentran diseminadas en una extensa llanura. Algunas pesan entre 1 y 6 toneladas y miden entre 1 y 3 metros. Lo misterioso del lugar es que los investigadores desconocen la utilidad de estas jarras. Una de las hipótesis asegura que se utilizaban como reserva de agua para periodos de menos lluvia, otras las relacionan con urnas funerarias o como recipientes para almacenar vino o comida. La arqueóloga francesa, Madeleine Colani, especuló que la llanura conectaba con una ruta de caravanas del norte de India. Pero el misterio envuelve a esta zona ya que nadie ofrece una respuesta sobre su utilidad. Preguntamos a los laosianos por su teoría al respecto y muchos de ellos nos dicen que según se ha transmitido de generación en generación, un rey mandó crear las jarras para guardar grandes cantidades de lao lao, el licor de arroz consumido en Laos, y así convidar a sus vasallos para celebrar la victoria de una guerra.


Lo sorprendente es que la zona no está excesivamente cuidada y tampoco hay muchos visitantes. La hierba está cortada únicamente alrededor de las jarras, no hay información sobre el emplazamiento, muchos de los ejemplares están fragmentados, sin restaurar y muchas otras todavía sin excavar. Incluso en el interior de los gigantescos recipientes se acumula tierra y basura. Puedes tocarlas, incluso si te da por ahí puedes hacer una fogata dentro y prepararte la comida o echarte una siesta. Vamos, que puedes hacer lo que quieras. Una pena. Y nos preguntamos, ¿por qué a nadie le interesan estas jarras, ni Laos?. A nosotros nos ha fascinado este sitio. Tal vez este lugar arqueológico cuenta con un “aliciente” para que nadie le preste atención. Y es que para visitar la zona hay que seguir escrupulosamente un sendero que está limpio de bombas sin detonar. La zona fue duramente bombardeada por los estadounidenses entre 1964 y 1973 en la llamada Guerra Secreta y todavía hay miles y miles de bombas sin detonar. Durante la visita puedes comprobar que la llanura está salpicada de cráteres producidos por las bombas. Terrorífico. MAG, un grupo de desactivación que trabaja en Laos desde 2004 y que está realizando una gran labor, se ha encargado de limpiar la zona y ha habilitado los senderos para que la visita sea segura. La verdad es que sólo pensarlo se te ponen los pelos de punta. Interesados por las consecuencias dramáticas que tiene para la población vivir en territorio minado, contactamos en Phonsavan con grupos que trabajan en Laos para la eliminación de bombas sin detonar. Nos informamos sobre el arduo trabajo de MAG, hablamos también con una asociación de apoyo a supervivientes que han sufrido las consecuencias de las bombas, e incluso contactamos con los supervivientes que nos cuentan sus crueles historias. Pero esto es otro capítulo del que ya hablaremos más adelante.



Nos vamos de Laos con una sensación agridulce. Por un lado maravillados por la tranquilidad y amabilidad de sus habitantes, y por otra parte indignados por la pobreza que hemos visto. Muchos niños trabajan a destajo en Laos mientras deberían jugar, los jóvenes apenas cuentan con oportunidades para prosperar y gran parte de la población, mayoritariamente agricultores y niños, está expuesta a la crueldad de las bombas sin detonar que dejaron a su paso los estadounidenses. Aunque Laos nos ha sorprendido por la cantidad de turistas que recibe, un aspecto que puede ayudar en cierta medida a mejorar la situación de sus habitantes. O al menos eso esperamos. Porque los laosianos son sin duda las personas más buenas que nos hemos encontrado en el mundo.


Próximo destino: Hanoi (Vietnam)

Un campeón



La imagen de un campeón

Se llama Jean Pierre y el próximo 22 de mayo cumplirá 76 años. Es un “joven” mochilero francés que lleva varios meses viajando sólo por el mundo. Es mochilero porque viaja con su mochila al hombro. Nos encontramos con él en un viaje interminable por las carreteras sin asfaltar de Laos, entre Luang Prabang y Ponsavan. Habla perfectamente inglés y en las diez horas de viaje nos cuenta su vida y sus proyectos, porque a pesar de su edad sigue soñando con conocer lugares. Dentro de unos meses acabará su viaje en India, donde reside una de sus hijas. Nos llama la atención su energía y sobre todo su espíritu joven, mayor que el de muchos adolescentes.








Mientras algunos más jóvenes damos una cabezadita durante el interminable viaje, Jean Pierre no pierde detalle. Observa curioso por la ventana el paisaje de Laos, sin querer dejar nada para la próxima vez. Nos cuenta que hace cuatro años concluyó el Camino de Santiago y nos adelanta que su próxima aventura pasará por recorrer Sudamérica y Alaska. Un campeón. Sin duda, Jean Pierre ocupa el número uno de la lista de las personas a las que nos queremos parecer cuando seamos mayores. No hay excusas para no viajar.

Luang Prabang


Rodando a 30 kilómetros por hora


Luang Prabang es la primera ciudad de Laos en ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995. En esta preciosa ciudad, a orillas del río Mekong, se encuentran más de 50 templos que están considerados como los más bonitos del sudeste asiático y que son una mezcla de la arquitectura budista y el colonialismo francés. Este legado también se percibe en sus preciosos edificios, la mayoría de los cuales se han convertido en acogedores hotelitos y casas de huéspedes.


En Luang Prabang conviven distintas etnias como los Lao Loum, Kamu y Hmong, las cuales son frecuente ver junto a los monjes en sus calles. Una de las principales ceremonias de la ciudad es el "Binthabat". Por la mañana los monjes recorren las calles con cuencos, en silencio. Para ganar méritos, los pobladores de la ciudad depositan arroz glutinoso o algún otro alimento como fruta. Luang Prabang también cuenta con un maravilloso mercado nocturno con todo tipo de artesanías de gran calidad y donde las ventas favorecen directamente a sus productores. En definitiva, es una ciudad muy agradable que atrae a numerosos viajeros que recalan atraídos por su ambiente sosegado y bonitas calles.


De Luang Prabang nos dirigimos a Luang Nam Tha, una reserva natural en la que conviven diferentes etnias. Por el interminable camino sin asfaltar nos encontramos con una de las imágenes más duras de Laos. Por algo es uno de los países más pobres del mundo. Hombres y mujeres se afanan en asfaltar la carretera en unas condiciones más propias de siglos pasados: pican la piedra con porras, las trasladan con palancas y a mano, trabajan en chancletas o descalzos. Familias enteras con varios niños conviven en una chabola que han improvisado en el mismísimo arcén, protegida por un toldo de plástico y soportando el polvo de las obras. Mientras los padres trabajan a destajo, los niños trastean alrededor.


En Luang Nam Tha alquilamos una moto, nos ponemos el casco y a hacer millas. Recorremos las aldeas de Laos. Casas de madera y tejados de paja donde conviven las familias junto a los animales. Los niños salen de todas las esquinas y nos saludan con el “sabaidii” (hola) típico, nos miran con curiosidad y nos muestran sus trofeos de caza como ratas gigantes. Familias completas que recolectan arroz en los verdes campos. Disfrutamos de este paseo en moto a 30 kilómetros por hora, una manera inmejorable de dejarse llevar por esta zona. Por el camino, grupos de hiperactivas mujeres, ataviadas con las ropas típicas de su etnia y con los dientes coloreados de negro debido a la droga que mastican, nos abordan para intentar vendernos las artesanías que elaboran. No nos podemos comunicar, pero nos reímos un rato con ellas porque son muy saladas.


Próximo destino: La llanura de las Jarras.

Vientiane y Vang Vieng



Vientiane, la capital más tranquila del mundo




Aterrizamos en Hanoi, la capital de Vietnam, donde el caos de motocicletas se apodera de sus calles. Es como una marabunta de vehículos de dos ruedas. Como todavía nos quedan tres semanas antes de que el ciclón zornotzarra, entre ellas Laura la hermana de Lorea llegue a Vietnam y arrase, decidimos darnos una vuelta por Laos, el país vecino. Hemos dejado atrás la comodidad de viajar sin visados de Sudamérica y ahora los necesitamos para entrar en casi todos los países. Sopesamos las posibilidades que tenemos para entrar en Laos y al final nos decantamos por la más cómoda pero más cara: aflojamos la cartera y reservamos un vuelo a Vientiane, la capital de Laos y nos olvidamos de largas horas de autobús y pasos fronterizos, ya que el visado se puede tramitar a la llegada en el aeropuerto.


Y aterrizamos en Vientiane, la capital más tranquila y relajada del mundo. Sus habitantes pasan literalmente de nosotros. Y tal vez contagiados por esta tranquilidad, los laosianos son las personas más amables y buenas que nos hemos encontrado en el mundo. Pero sorpresa: nos topamos con un montón de viajeros extranjeros, algo que no nos esperábamos de ninguna manera. Pensábamos llegar a Laos y estar tranquilos ya que creíamos que no era un destino muy habitual como son Vietnam o Tailandia. Craso error. Pero en Vientiane los coches no pitan, las aglomeraciones no existen, la gente pasea tranquilamente y la vida discurre como si fuese un pueblito de 200 habitantes y eso que es la capital del país. En sus calles se aprecia un conglomerado de estilo laosiano y arquitectura colonial francesa, legado de su pasado más cercano. En el siglo XIX Laos se convirtió en protectorado de Francia hasta 1949, cuando se proclamó república independiente. La capital ofrece la posibilidad de visitar templos budistas, edificios coloniales y pasear por la orilla del río Mekong. Nos gusta Vientiane y su relajado ambiente.


Desgraciadamente Laos es uno de los paises más pobres del mundo y trasladarse por sus carreteras es como un viaje sin fin. 200 kilómetros de recorrido se convierten en seis horas de viaje por unas carreteras muchas veces sin asfaltar. Llegamos a Vang Vieng y ¡sorpresa!. Está lleno de jóvenes adolescentes llegados de todos los rincones del mundo que han localizado en esta pequeña localidad el centro para divertirse e irse de juerga. Desde hace siete años Vang Vieng se ha convertido en una especie de Ibiza pero con río. Nos explicamos. La fiesta se celebra en torno al río donde proliferan chiringuitos de bambú en los que se dispensa alcohol. La gente alquila una especie de neumático hinchable y va descendiendo por el río haciendo escala en los chiringuitos, en los que la música suena a todo volumen. La estampa que nos encontramos es variopinta: gente en bañador, jugando al voleibol en el barro, mientras que unos monjes budistas miran el espectáculo. Estamos alucinados. Es surrealista. ¿Qué pensarán los lugareños de todo esto?. Está claro que el pueblo ha crecido y mucho debido al turismo: está repleto de restaurantes, por cierto muy agradables, donde los jóvenes ociosos se tumban durante horas y horas para tragarse toda la temporada de los "Simpsons" y "Friends" y pasan la resaca entre el humo de la marihuana.


En Vang Vieng nos juntamos con Dani, un granadino asentado en EEUU y con Jorge ¡un berriztarra! al que no conocíamos y que anda viajando por varios meses. Decidimos los cuatro salir de esta vorágine y nos aventuramos a descubrir lo que realmente ofrece este emplazamiento y sus alrededores, lejos de la fiesta. Nos decantamos por un trekking de dos días. Subimos y bajamos montañas, nos bañamos en cascadas, atravesamos cuevas, paseamos por aldeas de comunidades étnicas, cruzamos ríos y observamos la vida de los lugareños. El río es su vida: lavan la ropa, se bañan, juegan y se divierten, se refrescan y pescan. En definitiva, las comunidades dependen del río para vivir. El trekking nos ha encantado a los cuatro. Vang Vieng ofrece muchas alternativas interesantes y es una pena que la gente que lo visita para ir de fiesta no disfrute de ello.


Próximo destino: Luang Prabang.

Pekín



Siete días en Pekín


Si Ava Gardner y Charlton Heston pasaron “55 días en Pekín”, a nosotros nos bastan siete para disfrutar de esta gran urbe. Llegamos a la capital china y hace un frío que pela. Una nevada nos da la bienvenida. ºNos percatamos que a los chinos de la metrópoli no les interesamos y ya no nos miran con curiosidad. Pekín es una moderna ciudad que con la celebración de los Juegos Olímpicos de 2008 ha sufrido una limpieza de imagen, un aspecto que sin duda percibimos. El centro está extremadamente limpio; enormes y modernos centros comerciales se exhiben junto a grandes hoteles y edificios de interminables pisos. Pekín nos deja con la boca abierta.



Pero entre tanta modernidad y desarrollo urbanístico todavía sobreviven los hutong, laberintos de callejones que forman el casco antiguo de Pekín. Barrios donde sobreviven casas de una planta que dan a un patio cuadrado, alejados del desenfreno y el ruido de la urbe. Un micromundo aislado dentro de un macromundo en desarrollo. Es una gozada pasearse por estas callejuelas aisladas donde el ruido no se atreve a entrar.


Pero los hutong se afanan por sobrevivir en una ciudad en constante desarrollo. Como consecuencia de los Juegos Olímpicos, el Gobierno de la ciudad decidió derribar gran parte de estos viejos barrios y construir nuevas y más altas viviendas, por lo que ha desaparecido una buena parte del legado de la ciudad.


Primera parada en Pekín: Plaza de Tiananmen, o Plaza de la Puerta de la Paz Celestial, el espacio público abierto más grande del mundo. Un gran retrato de Mao y una férrea presencia militar que no sonríen ni aunque se esfuercen, velan para que nadie se salga del tiesto.



Se trata de una gran plaza a la que se accede tras pasar por estrictas medidas de seguridad, rodeada de una carretera de ocho carriles y de sobrios edificios gubernamentales al más estilo soviético. Centenares de chinos se agolpan entorno a la foto de Mao, portando banderas chinas y sacándose miles de fotos. Al visitar Tiananmen nos acordamos de las imágenes que dieron la vuelta al mudo sobre las protestas que se llevaron a cabo en esta plaza en 1989 y que terminaron siendo sofocadas de manera violenta mediante la intervención del ejército, en una de las acciones más controvertidas de la historia de China.



Al sur de la plaza se encuentra una edificación en donde reposa el cuerpo embalsamado de Mao, fundador de la República Popular China. La verdad es que no nos hace mucha ilusión visitarlo teniendo en cuenta los métodos utilizados por este señor durante su mandato.


En el centro de Pekín se alza una joya del pasado chino: La Ciudad Prohibida, conocida también como Palacio Imperial, donde nadie pudo entrar en 500 años. Se trata de un impresionante complejo palaciego imperial de las dinastías Ming y Qing. A pesar de que ya no está ocupado por la realeza, es un símbolo de la soberanía china y de Pekín, y aparece incluso en los sellos del país. La visita a la Ciudad Prohibida nos lleva casi todo un día y nos fascina, tanto por su historia, su grandiosidad y arquitectura. En el recinto nos encontramos con nombres tan sugerentes como el Palacio de la Suprema Armonía, Salón de la Armonía Central y el Salón de la Armonía Preservada, entre otros.


Pekín sigue ofreciéndonos alternativas para no aburrirnos. Y llega el momento de visitar el plato fuerte: la Gran Muralla China. Una de las partes restauradas y abierta al público se puede visitar en Badalin, a unas dos horas en autobús público desde Pekín. Y nos encontramos con una imagen inusual de la muralla: las últimas nevadas han dejado huella en la soberbia edificación. Se trata de una gran fortificación construida y reconstruida entre el siglo V a.c y el siglo XVI para proteger la frontera norte del imperio chino durante las sucesivas dinastías imperiales de los ataques de los nómadas xiongnu de Mongolia y Manchuria, Es impresionante recorrer la imponente construcción y ver cómo discurre serpenteante por las montañas. Realmente un trabajo de ingeniería digno de admiración y una verdadera labor de chinos. Gran parte de la Gran Muralla tiene fama de ser el mayor cementerio del mundo. Al parecer aproximadamente 10 millones de trabajadores murieron durante su construcción. Y nos volvemos a topar con miles de chinos que visitan su legado histórico. Cuando llegamos nos percatamos que a la derecha de la muralla se agolpan miles de chinos ansiosos por sacarse una foto, mientras que a la izquierda ¡no hay nadie!. Pensamos que estará prohibido pasar, pero no. Por lo que recorremos en solitario de este tramo de la muralla. Todo un lujo.


Y en Pekín disfrutamos de la comida china. Localizamos una cadena de comida que ofrece varios stands en los que eliges lo que quieres comer según una reproducción de los platos y dejamos de jugar a la ruleta rusa como hasta ahora ya que muchas veces desconocíamos lo que pedíamos. Además cocinan los platos delante de ti. Nos encanta.


En Pekín nos encontramos con un mercado con productos tan variopintos como brochetas de gusano, cucarachas, estrellas de mar, serpiente, escorpiones y unos muslos un tanto sospechosos que nos recuerdan a las extremidades del mejor amigo del hombre y de la mujer. Pekín nos sorprende en todos los sentidos ya que nos encontramos con una ciudad que está a la altura de cualquier capital moderna.


Un cómodo tren con literas e impolutos edredones blancos nos lleva desde Pekín hasta Hong Kong, de donde saldrá nuestro próximo vuelo. Durante 24 horas de viaje atravesamos este gran país a ritmo de locomotora. Abandonamos China con muy buen sabor de boca. Hemos descubierto una sociedad muy simpática y amable con la que nos hemos reído mucho. China no es un país que está creciendo, sino que hace tiempo que ha despegado y va con ventaja. Para conocer este gigante en profundidad es necesario estar al menos un año ya que las alterativas de recorridos son muy amplias. Nosotros hemos elegido una que nos ha permitido visitar las zonas rurales, las grandes ciudades y empaparnos de su historia. Recomendamos una visita a China que sin duda no dejará indiferente a nadie.



Próximo destino: Laos







Pingyao



Viajando en tren por China


Si no viajas en un tren durante horas y con miles de chinos que abarrotan los vagones, no has estado en China. Viajar en tren es la mejor manera de desplazarse, la más barata y sobre todo la mejor para conocer a los chinos y sus peculiares costumbres. La primera vez que cogemos un tren nos percatamos que la gente corre en el andén y pensamos: “qué tontería, si cada uno tiene su asiento”. ¡Ja!. Enseguida aprendemos a coger la maleta y a correr como el que más, porque generalmente se venden más plazas de las que existen y el más rápido, es el que triunfa. Además los chinos son unos artistas en colarse de la forma más sutil. Algo que también aprendemos rápido.


No podíamos ni imaginarnos que en un vagón entramos tantas personas: decenas en el pasillo, cuatro en un mismo asiento y los menos afortunados incluso en el bater. Y si compras un billete para viajar en una litera... tal vez te encuentras a un chino durmiendo en la que te han adjudicado. En definitiva, cada uno que se las arregle como pueda.


Los chinos fuman en el tren, comen de todo, pelan pipas, juegan a las cartas, duermen .... Y aterrizamos en esta vorágine. Somos los únicos extranjeros del tren y por lo tanto la atracción del vagón. La gente nos mira con curiosidad, nos sacan fotos y cuando tratamos de preguntarles algo en chino.... se parten de la risa y tenemos a todo el vagón alrededor nuestro.


Y cercitificamos una leyenda urbana sobre los chinos: escupen y con ganas. A pesar de que se está tratando de erradicar esta práctica, los chinos siguen con su afición favorita: lanzar escupitajos a diestro y simiestro, pero eso sí, lo anuncian y bien. Y lo peor de todo es que aunque implores a los dioses que no lo hagan, de lo único que tienes que preocuparte es de estar atento para ver dónde ha caído el molusco. Pero anécdotas aparte, los chinos son muy amables, sobre todo la gente joven. Nos hemos encontrado con un país muy simpático y agradable, algo que nos ha sorprendido, ya que teníamos a los chinos por serios. De nuevo los malditos estereotipos.



Después de compartir interminables horas de tren llegamos a Pingyao, un precioso municipio rodeado de una muralla. Es conocido porque en las cercanías se grabó la película “La linterna roja”. Se trata de la ciudad medieval mejor conservada de China y declarada patrimonio de la humanidad en 1997 por la Unesco. Parece que Pingyoa vive ajena al ritmo de crecimiento urbanístico que experimenta China. Conserva intactas sus calles empedradas y sus edificios centenarios lejos de la especulación urbanística. La muralla de terracota del siglo V ha sobrevivido curiosamente hasta hoy.


Sus empedradas calles están decoradas con farolillos rojos que le dan un aspecto colorido y agradable. Los establecimientos de antiguos oficios y todo tipo de tiendas de souvenirs se mezclan en las calles. En Pingyao hay tantos lugares para visitar, como museos, casas tradicionales y templos, que se podría escribir una guía entera sólo sobre ellos. En el siglo XIX nació en esta ciudad el sistema bancario chino y en sus calles se pueden visitar las primeras “sucursales” de aquella época y hacerte una idea de su funcionamiento. Lo curioso es que no vemos ningún banco ni cajero.

Y como nos gusta la marcha, desde Pingyao cogemos otro tren para llegar a Datong, una ciudad moderna y fea pero que acoge cerca un pequeño tesoro: unos budas gigantes tallados en cuevas excavadas en la roca. Nos llevamos una agradable sorpresa porque realmente son espectaculares: las descomunales estatuas se exhiben majestuosas desafiando al paso del tiempo, a los saqueos y a los extremismos políticos. Algunas cuevas mantienen visibles todavía pinturas originales. Realmente merecen una visita.


Próximo destino: Beijing.